Cuentan que en un pueblo no tan lejano, de una región casi invisible en el mapa de América, un expresidente sonríe de nuevo —como solía hacerlo siempre— porque la (in)justicia de su país jugó a su favor, poniéndolo en libertad a pesar de ser acusado por varios delitos de corrupción.
Según dicen, se embolsó varios millones de dólares que fueron donados para ayudar a gente que quedó sin hogar después de un terremoto que sacudió con violencia a su país.
Por algunos años nadie supo nada de ese dinero. Es más, nadie sospechó que ese dinero había desaparecido. Fue hasta que un nuevo presidente lo reveló.
De inmediato, casi toda la población se enfureció y exigió justicia para su expresidente corrupto. La (in)justicia del país, al verse presionada por la población decidió llamar al exmandatario para interrogarlo.
Él acudió con una sonrisa y solo se limitó a decir que los millones habían llegado a sus "destinatarios". Luego simplemente desapareció. Así de simple, desapareció. Quizá porque pensó que pronto todo este asunto sería olvidado y él seguiría con su vida como si nada hubiera pasado.
Sin embargo, el pueblo estaba insatisfecho, así que presionó más y logró que un juzgado girara la orden de capturarlo para comenzar un proceso formal en su contra. Pasaron algunos meses y él seguía desaparecido. Quizá todavía amparado a que este asunto se olvidaría rápidamente.
Finalmente un día, y para sorpresa de todos, apareció nuevamente, en el juzgado que lo reclamaba, con una sonrisa diciendo:
—Me he presentado por respeto a ley.
La esperanza del pueblo se agudizó esperando que se le mandara a una bartolina mientras el proceso en su contra continuaba, pero no fue así. La (in)justicia decidió a su favor que lo mejor sería mandarlo a su casa con arresto domiciliario.
Una vez más el pueblo se enojó y exigió mandarlo a una celda. La (in)justicia sin más que hacer dio su brazo a torcer y revocó el arresto domiciliar. Al exmandatario, por única vez en público, se le apagó la sonrisa. Quizá pensó que esta vez el asunto iba en serio en su contra.
Por su lado y por primera vez, el pueblo se sintió satisfecho. Satisfacción que no duró mucho —porque todo el proceso no daba garantías y anunciaba a los cuatro vientos que esto quedaría en impunidad—.
Durante el proceso en su contra, la (in)justicia hizo malabares para dejar en libertad al exjefe de Estado declarándolo inocente.
El pueblo,como es natural, se frustró y el expresidente volvió a sonreír sintiéndose dueño de una impunidad que le otorgó la libertad.
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