domingo, 24 de agosto de 2014

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Había una vez un país donde el hambre no conmovía a sus diputados

Había una vez un país donde ni el hambre lograba conmover a sus acomodados diputados. Claro, ellos nunca padecían hambre porque tenían tanta comida que hasta estaban obesos y feos. Tenían tanta comida que hasta sus perros y gatos no esperaban sobras, sino banquetes especiales y delicadamente preparados.

Los demás habitantes de aquel país no corrían la misma suerte. Tenían que librar cada día una dura batalla para encontrar un par de migajas y alimentarse. La búsqueda incansable de migajas comenzaba desde el saludo del sol y terminaba hasta la despidida del mismo. No todos lograban sobrevivir para esperar con los estómagos vacíos a la luna y dormir escuchando la triste melodía que el estómago entona cada vez que necesita procesar alimentos.


Un día, el presidente de ese país anunció que se repartirían tierras ociosas, que el Estado tenía en su poder, a todos aquellos que necesitaban comer, para que las trabajaran y cosecharan alimentos. Y de paso, les servirían también para vivir y tener un buen lugar donde dormir con su familia, y de esa forma ya no andar errantes buscando por aquí y por allá migajas para comer.

—Hoy sí ya la hicimos compadres y comadres—se decían alegres, y con un aire de esperanza, los habitantes de aquel país.

Para que ese anuncio del presidente se hiciera realidad, se necesitaba que en la Asamblea Legislativa los diputados, aquellos que tenían abundancia de alimentos, se pusieran de acuerdo y votaran a favor de la repartición de tierras y avanzar así a tener una ley de Soberanía Alimentaria. Y también garantizar que ya nadie más tendría que andar buscando migajas, sino que el Estado le proveería alimento, como derecho por tan solamente haber nacido en ese país.

No obstante, algunos de esos obesos y amargados diputados no veían con buenos ojos esa propuesta del presidente. Así que comenzaron a emitir sus razones del por qué no iban a votar por esa repartición de tierras:

—Esto de repartir tierras no me parece muy conveniente. Puede generar fricciones y peleas entre los que recibirán las tierras—opinó el primer diputado, con una voz gruesa y un ceño fruncido.

—Lo que el presidente quiere es sacar raja política. Esta es una medida populista y solo quiere dar buena impresión para que la gente lo siga apoyando y su partido siga en la presidencia, sin darnos espacio a nosotros—argumentó otro diputado, que a leguas se le notaba enojado.

—Esas tierras serán repartidas solo entre su misma gente y no ayudará en nada a resolver el hambre de la gente—dijo el diputado más gordo de todos, mientras comía una dona rellena de chocolate.

De modo que la mayoría de diputados no apoyaban la propuesta del presidente. Y le daban largas al asunto, mientras tanto los habitantes de aquel país seguían muriendo de hambre, escuchando la triste melodía que canta el estómago cuando necesita procesar alimentos.


***
Cualquier parecido con El Salvador no es coincidencia. Y nosotros, los habitantes de este país tenemos que hacer oír nuestra voz. No nos quedemos callados, hablemos por nuestra gente que muere de hambre y hagamos presión aunque sea en las redes sociales para que aprueben en la Asamblea la ley de Soberanía Alimentaria.

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