Era inevitable robar ese beso, cuyo sabor todavía se ha quedado atorado en mis labios. Y aunque nadie quiere ser víctima de un robo, apuesto todo lo que tengo a que ella había llegado a ese punto sin retorno en que quería, masoquistamente, ser víctima de un delito como este.
Como es natural, ella no iba a mostrar que también lo deseaba. Es que las chicas, por lo general, son más reservadas. No sé por qué razón, pero así son ellas. También quieren besar, pero jamás lo muestran y menos lo dicen.
Entendí que ella también lo quería, así como yo o más que yo, justo después de ese abrazo tan profundo que nos regalamos. Un abrazo que en realidad fue provocado por un sol mañanero tímido y semi escondido entre las nubes, un clima frío, un mirador que desde lo alto revelaba la belleza de San Salvador que recién despierta, y una plática que poco a poco fue tornándose más cariñosa, más íntima.
Mientras platicábamos en ese mirador, reposando sobre una pared tapizada de flores y rosas de todos los colores, yo la miraba con admiración, pero fingiendo que me interesaba más el paisaje que teníamos de frente.
No me pregunten cuál era el tema de conversación porque no lo recuerdo, es que a decir verdad uno de hombre habla muy poco en una plática con una chica. Y a menudo nuestras únicas intervenciones son unos escuetos "sí", "que interesante", "cuéntame más"... así que no recuerdo sobre qué charlábamos. Lo que si recuerdo es su belleza.
Mientras me contaba una y mil anécdotas, el viento invitaba a bailar a su cabello, ese lindo cabello liso y suelto que la delataba fresca y recién bañada, como digna de representar a la primavera. Sus ojos café claro, bajo esas coquetas pestañas y bien delineadas cejas, me ponían hasta cierto punto un poco nervioso. Su nariz perfecta, así como los vanidosos y narcisistas del antiguo imperio griego la hubieran querido. Y bajo ella, unos labios insuperables.
Labios que por sí solos, quietos y en silencio eran capaces de invitar a un beso. Así que sucedió, la oportunidad de abrazarla de frente se presentó. Ni lento ni perezoso, lógicamente, la aproveché. Porque es de esas oportunidades que uno nunca, bajo ningún motivo, debe dejar escapar. Porque si se escapan, sin duda alguna, otro las aprovechará y nos quedaremos a esperar otra oportunidad igual que jamás aparecerá.
Estando abrazados, su cabeza sobre mi hombro izquierdo y sabiendo que la confianza alcanzó su nivel más óptimo como para permitirme la licencia de soltar un "Te quiero" susurrado al oído, ella suspiró. Y sin soltarse de mis brazos que la arropaban, se hizo hacia atrás. Me miró fijamente a los ojos a escasos centímetros de distancia. Sonrió. Y también soltó, como efecto dominó, un "Te quiero".
Su sonrisa, la más bella sonrisa que alguna humana pueda tener, dibujada por sus labios que de pronto se abrían para dejar salir un "Te quiero", me hizo estremecerme por dentro. Cosa que obviamente oculté pero que no pude disimular con una sonrisa que le devolví.
Y ahí estaba ella, justo enfrente, amarrada todavía entre mis brazos. Así perfecta para robarle un beso. Y es ahí cuando uno piensa, en fracción de segundo, que es mejor pedir disculpas que pedir permiso.
Este era mi plan. No decir nada porque el primer beso no se pide, se roba. Sin mediar palabra acercarme, acortar la distancia y besarla de una vez. Es que si pedía permiso, si solicitaba ese beso, era caso perdido. Mataría el momento, arruinaría la oportunidad y era muy probable que dijera "no". Y no porque no quería, sino por esa modestia que socialmente había que mostrar. Luego si la notaba disgustada, ya tenía lista mi salida, le pediría disculpas y asunto arreglado. Cosa que no iba a ser necesaria, porque uno de hombre también tiene intuición, mas bien deducción en base al análisis de la situación. Estaba plenamente seguro que no iba poner resistencia y que lo disfrutaría.
Así que sin demorar más, lo hice. Me acerqué, acorté la distancia y justo ahí esperé una fracción de segundo para notar su reacción al tenerme muy cerca. Volvió a sonreír, y esa se convirtió en la señal que esto iba por buen camino. Yo igual le devolví la sonrisa y me acerqué hasta sus labios.
Ambos, quizá por inercia o instintivamente, cerramos los ojos. Separé un poco mis labios, se supone que así debe ser. Ella también los separó esperando los míos que llegaron lentamente para rozar los de ella con suavidad. Su cabeza inclinada a la derecha y la mía también, propiciaron que el beso se alargara unos segundos más.
Me atrapó el labio de abajo, mientras yo me adueñé por esos segundos de su labio de arriba. No sé si las bocas y los labios tienen sabor, pero recuerdo un sabor dulce que emanaba de sus labios. Un sabor que aún al cerrar mis ojos soy capaz de saborear.
Y como los besos no son eternos, aunque quisiera, este terminó.
—Nuestros labios estaban tan cerca y bueno ya ves lo que pasó...— dijo ella después para romper el silencio con la primera frase que elaboró su cerebro.
—Sí —respondí, con una sonrisa —Y me encantó —afirmé.
—A mí también —expresó, sonriendo una vez más —¿Pero cómo pudo pasar?— preguntó, con un aire de quien todavía no acaba de creer que ha vivido uno de sus mejores segundos de vida.
Yo no respondí con palabras. Resolví que, dada su satisfacción, lo mejor era robarle otro.
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Nota: Este texto es producto de una serie de ejercicios literarios que estoy haciendo para perfeccionar mi redacción. Les dejaré la duda si se trata de algo real o si es solo algo ficticio. Y por otro lado, les pido que me ayuden con sus comentarios a saber qué les pareció este texto.
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