domingo, 6 de julio de 2014

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Karla, José y Berta (una historia de tres que en realidad son dos)

—Yo la verdad todavía quiero que regrese José. Le pedí a Dios que me regresara a José, pero ya no, ahora amo a quien lo reemplazó. Es que no sé, empiezo a sospechar que José quizá nunca regresará— expresa Berta desinflada, con su mirada clavada en el suelo, como queriendo esconder las lágrimas que empañan sus pupilas.

Foto/Internet

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Berta es una madre que no ve a su hijo José desde hace dos años con tres meses y dos días —lleva bien hecha la cuenta de cuántos días han pasado ya—. Su hijo, su único hijo, le fue arrebatado por Karla. Y aunque Karla lo desapareció, Berta le ha dado un techo, cama, comida y hasta estudio. Berta ha tratado tan bien a Karla que incluso ha peleado contra sí misma para aceptarla después de lo que hizo. Y no solo eso, ha tenido que luchar contra lo que todos en su iglesia y comunidad le han dicho sobre Karla. Es más, también ha llegado a amar a Karla.

—Jamás voy a poder regresar a José, ya me convencí de eso —dice Berta— su paso por mi vida fue especial. Siempre lo recordaré. Por siempre estaré orgullosa de él. Pero Karla se lo llevó.

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Lo tradicionalmente establecido es que se odie a quien hace desaparecer al hijo de una mujer. Pero lo tradicional en esta historia no importa, de hecho esta historia se trata de romper con muchas cosas establecidas por la religión y la sociedad. Sin embargo cabe preguntar ¿quién sería capaz de amar a alguien que hizo desaparecer a su hijo? 

La lógica señala que nadie puede amar a alguien que nos arrebató a un ser querido, excepto quizá una madre sí pueda hacerlo. Solo una madre es capaz, por amor a su hijo, a desentonar con la sociedad y oponerse a lo que la religión prohíbe. En otras palabras, hacer lo que nadie estaría dispuesto a hacer.

Exacto, Berta es madre de Karla. Es que antes de ser Karla fue José. 

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— Yo... me llamo... Karla... Karla Ramírez —dice con una voz aguda, mientras sostiene sus manos sobre sus piernas cruzadas— Era una persona creada por la sociedad y la iglesia. Siempre dijeron en la iglesia que la homosexualidad es pecado y que el infierno estará lleno de homosexuales. Pero un día José se cansó de jugar ese papel de ser quien no era. José se cansó de ese rol y dejó que yo, Karla, saliera. Dijo, hasta aquí. ¡Ya basta!

Karla dice que ahora es libre. Ahora es quien siempre quiso ser, una mujer. Y no se avergüenza de serlo. De hecho tampoco Berta siente pena.

—Cuando le tuve que explicar a mi mamá esto, fue duro. Le dije un domingo, justo después de que el pastor estuviera diciendo que los homosexuales son una peste cada vez más grande. La senté en la sala de casa. Le hice un licuado, a ella le encantan los licuados. Luego, frente a ella, le confesé que soy homosexual. Se lo dije así en seco. Sin andar con tantos rodeos. Sabía que si le daba largas al asunto quizá me ganaría el miedo y no se lo diría. 

Era predecible, Berta se enojó con Karla. 

—Me dijo que esto era pecaminoso. Me gritó que me iría al infierno. Hasta me señaló la puerta y me dijo que sacara mis cosas de la casa y que me fuera. Me fui llorando a mi cuarto y ella también se quedó llorando en la sala. Saqué mi ropa del armario y la eché en una bolsa negra. Mi madre entró al cuarto y me preguntó dónde me iría.

Como era lógico, Karla no tenía dónde ir. 

—No te vayas hijo —dijo Berta con una voz aflautada y hecha un mar de lágrimas— no podría dejarte ir. Te amo como eres, pues eres mi hijo. Quizá nunca llegue a entenderte y ni esperes que lo haga, pero igual te amo. No sé si Dios logre perdonarte, pero yo sí.

Karla se lanzó desde el otro lado del cuarto y la abrazó fuertemente. Lloraron juntas.

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—Lo que más me duele —afirma Berta, con palabras salpicadas de dolor— es que mi hijo ya no vaya a la iglesia. Es que lo han criticado muchísimo. Le han dicho de todo. Bueno, no solo en la iglesia, sino aquí en la comunidad, en el trabajo, donde estudia... ha sido duro.

Berta resiente que humillen a su hijo. Pero ella lo apoya a pesar de todo. Es más, un día se peleó con su pastor:

—Mire pastor, no sé si al cielo lleguen homosexuales, pero homofóbicos estoy segura que no llegarán. Conozco más amabilidad y ayuda al prójimo en homosexuales que en la iglesia que discrimina.
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Hace un tiempo hice unas entrevistas a los amigos y amigas de la Asociación "Entre Amigos" y quise rescatar este texto de aquellas pláticas. El objetivo de publicar esto en el blog de los irreverentes es provocar un debate sobre ¿El amor es realmente más poderoso que la doctrina, el dogma y lo establecido? ¿Los heterosexuales seremos más pecadores cuando discriminamos a alguien de la diversidad sexual?



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