Me vestiste de armiño el corazón, me cubriste con seda las manos, abriste un nuevo sendero de luces y la escoria no era ya un problema.
Me hiciste pensar que ya no existían los piojos que nos invaden el alma, ni las pulgas que chupan nuestra sangre.
Hambrienta de verdad te busqué, sedienta de lucidez, bramando incesante por atención.
Pero en la búsqueda pude ver tu verdadero rostro: un traficante de salvación… La seda se convirtió en cadenas, el armiño ensuciado por tu avaricia. Prohibiciones es tu lema, castración tu segundo nombre.
Libertad un peso muy grande por llevar, y tu podredumbre cubierta por el lino fino.
Tontas palabras, escasas letras que describen la ignorancia contenida en el alma. Las tontas historias que contamos a aquellos que nos recuerdan, las ilusas comas que pones para pausar la estrategia. ¡A ti te hablo palabras sordas, oídos ciegos y ojos mudos! buscas lo que no eres capaz de crear, haces lo que se supone debes evitar.
Un secreto que a voces grita, el único cometido de mi reclutamiento, y no es el de ofrecerme solamente la eternidad sino también mayor cantidad de bancas llenas, sentimientos desbordados y mar de lágrimas en ambas celebraciones.
Tú sabes que las bancas solo se calientan con seres inertes en su propicia ignorancia. Has querido tapar el sol con tu dedo pulgar. Y de las manos del creador te has atrevido a botarnos.
Sordos ojos, oídos mudos, palabras ciegas a ti te estoy gritando. Lograrás los que tanto has deseado. Mírate ojos desgastados, atestigua tu propio holocausto.
En tu afán quieres construir solidaridad, una muralla de amor, pero un colador de sueños te tornaste.
Por tu falta de acceso una niña su juego de muñecas ha hecho realidad.
Desde ahora cuidado de lo que podamos hablar, los niños ideas de todo eso pueden tomar. No quieres que ellos también piensen, al fin de cuentas lo importante no es la gente.
Nos has etiquetado con un número en la frente, una cuenta corriente de donde sacas usuras para satisfacer tus miserias. Nos fabricas en serie, con códigos de barras, estampadas sonrisas al rostro para traer más a tu jaula.
Nuestro silencio es tu deleite somos un argumento forastero a sus lenguas porque nuestras voces ya no suenan. Creíste que tus verdades a medias y tus omisiones le habían ganado la batalla a mi cerebro, asumiste que ya lo habías sofocado. Busca, no dejes de buscar, el interruptor para mi cerebro poder apagar. Ven te convido a que me apuntes a la cabeza, que veas explotar en mil pedazos todas las ideas y las pongas como recuerdo en la pared, junto tu Cristo crucificado.
Ven te convido a que veamos el espectáculo, al fin de cuentas tú siempre has sido el director, de esta tú obra maestra que ahora has denominado: religión.
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