sábado, 9 de noviembre de 2013

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Requisitos para ser un ungido ministro de alabanza

¿En realidad quieres ser un ungido ministro de alabanza? Toma en cuenta lo siguiente y te garantizo que lo serás.

Apoyarse en la hermanita "Amenista"
En toda iglesia existe la hermana "Amenista" que busca el momento más silencioso del culto para gritar a todo pulmón y con chillante voz aguda: ¡Améeeeen! ¡Gloriaaaa a Dioooos! 

Es esa hermana que por todo dice "amén". Es más, cambia todas sus respuestas a las preguntas por el "amén". Le pregunta su esposo:

—Amor, ¿Ya está la cena?
—AménResponde.
—¿Cómo estás?
—Amén.
—¿Dormiste los niños?
—Amén
—¿Hacemos el amor?
—Amén, ¿Quién vive?... ¡Hay un avivamiento en mí!— Responde jubilosa.

Sin duda alguna, si quieres ser un ungido ministro de alabanza, contar con ella es clave para incentivar a los demás a que griten también durante el tiempo de alabanza. Tenerla de aliada es asegurar el éxito, y que al final del culto la gente salga con esa percepción de que el culto ha sido una bendición. Por cierto, ¿Será que esta hermana trabajará limpiando vidrios? Es que cada vez que el pastor dice algo, ella levanta su mano derecha y la agita de izquierda a derecha como sosteniendo un trapo mientras pule un vidrio.

Ser sordo
Otra de las cosas sumamente necesarias para ser un ungido ministro de alabanza es ser sordo. ¿Te has fijado cómo los grandes y famosos ministros de alabanza son sordos? Todos hacen lo siguiente:

—¿Quién vive?— preguntan, mientras con su mano extendida ponen el micrófono en dirección de la congregación.
—¡Cristo!— responde la congregación.
—No los escucho.
—¡Cristo! responde otra vez la congregación.
—Alguien diga: Aleluuuya— piden.
—Aleluuuya— responden todos.
—No los escucho.
—Aleluuya— responde otra vez.

Así que ahí está, si quieres ser un ungido ministro de alabanza debes ser sordo. De lo contrario estás descalificado y mejor dedícate a otra cosa. Por cierto, dicen que los hisopos dañan los oídos, pruébalo (tal vez así puedes ser apto para ser ministro).

Ser ilógico
¿Te has fijado cómo son de ilógicos los ministros de alabanza? Sí, nada más te muestro un ejemplo:

—¿Cuántos trajeron las manos?— preguntan.

Como si uno llegara al culto y al escuchar esa pregunta dijera (con la voz de tonto y acompañado de baba al hablar): "hey, ya decía yo que algo había dejado en casa, eran mis manos".

—¿Cuántos trajeron sus pies?— preguntan también.

No, rodando llegamos al culto... ¡Pues claro que siempre llevamos nuestros pies a la congregación!

Así que ya lo sabes. Si quieres ser un ungido ministro de alabanza no debes olvidar estos tres requisitos indispensables.

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