Las elecciones presidenciales del 2 de febrero en El Salvador nos confirmaron lo que ya todos saben, que la clase política ya no tiene credibilidad y que urge una nueva generación de políticos que estén casados con la justicia, transparencia y verdad a favor de las mayorías. Con candidatos así, las elecciones se definirían en primera vuelta.
De los 4.9 millones de salvadoreños aptos para votar, solamente lo hicieron cerca de 2.6 millones. A eso hay que añadirle la cantidad de votantes que decidieron anular su voto y en las papeletas expresarse con insultos hacia todos los candidatos. Eso quiere decir que más de la mitad de salvadoreños ya no cree en la clase política y no se sienten motivados a votar por alguno.
Ese abstencionismo histórico en nuestro país, debería poner en alerta a los partidos políticos. Pero también debería poner a reflexionar a los evangélicos salvadoreños que según datos oficiales ya alcanzan el 40% del total de la población.
Esa reflexión debería provocar acciones claras para que cristianos comiencen a interesarse en participar más activamente en el ejercicio de la política. Pero no necesariamente creando nuevos partidos políticos en los que algunos líderes evangélicos vean una oportunidad de resaltar y acceder al poder por su popularidad, sin tener ni la sospecha de cómo resolver los principales problemas del país.
Hace unos meses me reuní con algunos evangélicos que están organizándose para crear un partido político, me expresaron que no es posible que la iglesia católica tenga un porcentaje del presupuesto general de la nación y la iglesia evangélica no reciba nada, y que su propuesta era equilibrar las cosas en ese sentido.
Cuando les pregunté cuáles eran sus propuestas en temas de economía, salud, violencia, desigualdad... ¡me decepcionaron!. Su respuesta, con un aire de inseguridad en lo que se dice y titubeando, fue: "todavía estamos en eso... todavía tenemos que hablar de eso en una asamblea general". Me mostraron que no tienen interés en el país y su gente, pero sí tienen intereses propios.
Por eso, se necesita que los cristianos comiencen a incidir, desde los puestos públicos, en las decisiones más importantes del país que nos ayudarán a trazarle un rumbo más seguro.
Para eso se necesita que las congregaciones cristianas comiencen a preparar una nueva generación de servidores públicos. Por eso se necesita que las iglesias se vuelvan semilleros de políticos honestos.
Se necesita que las iglesias comiencen a invertir en los jóvenes. Que les patrocinen becas universitarias para que vayan y estudien ciencias políticas, economía y demás carreras que ayudarán a tener jóvenes pensantes, que además de tener y vivir los valores del Reino de Dios también tendrán una formación académica para trabajar por un El Salvador más democrático y justo para todos y todas.
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